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Mi centralidad

Crecí en un ambiente culturalmente enriquecido. Recibí una formación intelectual, literaria y musical adecuada al prestigio de mi familia. Gracias a la actividad gráfica de mis padres, no faltaron libros para ampliar mis conocimientos. 

En mis años escolares, mi predilección era la literatura. Me gustaba quedarme con algunos amigos, aprendiendo más sobre las obras de los autores más importantes y después de la lectura de nuestro pequeño grupo terminábamos con un buen y dulce aperitivo. 

Durante los años de teología me sentí atraído por la Biblia, una minería de historias, donde de diferentes maneras a lo largo de los tiempos se cuenta la conexión entre Dios y su pueblo, entre Dios y el hombre. En el gran libro de la Sagrada Escritura aprendí de este Dios, tan obstinadamente fiel y de nosotros, sus criaturas, tan inclinadas a hacer las cosas según nuestros criterios. La Biblia en latín, en la edición llamada Vulgata, fue la luz para mi jornada; mi libro más consultado, estudiado, amado y rezado. Con frecuencia la tomaba en mis manos, como preparación para el sacerdocio y después, como sacerdote, para rezar, preparar homilías y encuentros de formación para los jóvenes, para la predicación extraordinaria llamada “Misiones al pueblo”. Ella era mi referencia constante y segura.

Durante los años de estudio de teología disfrutaba mucho de sumergirme en el mar del amor del Dios Uno y Trino, de profundizar en el misterio de la Encarnación y en la historia de la Salvación. Cada vez que me detenía en la gratuidad del amor divino, sentía un sentimiento de pequeñez: como un niño en las manos del padre, pequeña y humilde criatura, envuelta en su inmenso amor. Esto me dio seguridad y alegría,
me hizo desear que todos, especialmente los más pobres y abandonados, pudieran experimentar la alegría de pertenecer a un Padre amoroso que los cuida. Estudiando, más aún, rezando y reflexionando, comprendí que el amor de Dios era la espina dorsal de mi vida, mi centralidad. Para mí, lo más importante era justamente responder con amor al amor del Amable Infinito.

Aproveché cada situación, inventé medios para que cada persona, grande o pequeña, docta o ignorante, cerca o lejos de Él, pudiera conocerlo y sentirse amada. Siempre me he dedicado al estudio, incluso de noche. La moral me atrae mucho, una disciplina que pone a la persona en el centro para descubrir la armonía con el designio de Dios.

Me gustaba acompañar a la gente, especialmente a los jóvenes, para evaluar y ajustar su comportamiento a la luz de Palabra de Dios y de los pasajes de Jesús.

Me gustaba darles los ejemplos de los santos, era de gran ayuda y apoyo para guiarlos en la dirección correcta.

En aquella época, los jesuitas crearon un periódico sobre temas de actualidad, titulado “La civilización católica”. Inmediatamente me inscribí para estar conectado con la historia y con las personas, para escuchar, iluminar y acompañar la vida cristiana.

Siempre he sido un apasionado de música. Tuve la gracia de estudiarla y aprendí a tocar el órgano y el platillo. Fue fácil para mí componer canciones litúrgicas y festivas.

La música es alegría y fiesta, abre el corazón a la oración, hace las fiestas del Señor, de la Virgen y de los Santos más solemnes y ayuda a crear un buen clima de fraternidad en los momentos de ocio. A mis jóvenes les gustaba la música y se emocionaban con ella.

Font: Elisabetta Plati, Luis Maria Palazzolo Santo “Caricia de Dios para los más pobres”

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