El Evangelio de este domingo nos cuenta como Jesucristo, habiendo ayunado 40 días y 40 noches, en el desierto, fue tentado por el demonio.
Al principio, el tentador se acercó a él y le dijo: “Si eres hijo de Dios, ¡di que estas piedras se conviertan en pan!”. Y Jesús le respondió: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios”.
Entonces el demonio lo llevó a la ciudad santa y, como lo puso sobre el pináculo del templo, le dijo: “Si eres hijo de Dios, baja. Le respondió Jesús: “está escrito que enviará a sus ángeles y te acogerán en sus manos!”. “De nuevo está escrito: ¡no tentarás al Señor tu Dios!”.
Una tercera vez quiso probarlo el demonio, y, llevándolo sobre un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo, y su gloria y le dijo: “Todas estas cosas te las daré, si te postras ante mí y me adoras”. Entonces Jesús, en tono terrible, le dijo:” Vete, Satanás, está escrito: ¡Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo le servirás!”.
Ahora, hermanos, dejen que sobre esta última respuesta dada por Jesucristo yo me detenga unos minutos, demostrándoles lo conveniente que es aprender bien esta respuesta, para lanzarla nosotros francamente en cara a cualquier tentación que nos alcance y salir victoriosos, llenos de gloria y amigos de Dios.
Seré breve, hermanos, ¡pero presten atención!
Solo tienen que entrar en ustedes y allí, echando una piadosa mirada a vuestro Dios, deben renovarle con tácito juramento, la fidelidad que ya le prometieron una vez.
Pero miren bien que esto no deben hacerlo una sola vez, sino cada vez que les ocurra ver u oír aquello que puede orillarles a las vanidades.
Pero cuando van por las calles y ven tanto lujo, demasiado contrario a la sencillez cristiana, tantas profanidades, tantas pompas, digan entre ustedes mismos: “Te quiero adorar, ¡oh Señor!”.
Cuando ven tantas diversas delicias en las que se vive, tanta servidumbre; tan seguido, exquisitas comidas, compañías brillantes, suavísimas armonías etc., digan entre ustedes mismos: “Te quiero adorar, ¡oh Señor!”.
Cuando se encuentran en conversaciones, y sienten exaltados o el uno o el otro, porque es exaltado aún más que el mérito, porque es amado por personajes, porque es aclamado por los pueblos, porque su nombre ya se celebra en todo el mundo; entonces digan entre ustedes mismos: “Te quiero adorar, ¡oh Señor!”.
¡Qué bien te hará si, en mil ocasiones similares, mantienes listo este recuerdo!
Dios mismo es el que lo ha sugerido, de boca propia; y sin embargo Él, te asistirá en modo especial si tú lo recuerdas, y por este modo, te sucederá de salir de la tentación victoriosa, y lleno de gloria y amigo de Dios.
De las Predicaciones de San Luis Palazzolo