En Torre de’ Passeri de Palosco (BG), en la campiña bergamasca, tierra laboriosa y fuerte, en 1943 nace María Rosa Zorza. Papá Ángelo es granjero y, a causa de su trabajo, a veces cambia de contexto de vida con toda la familia. María Rosa, la menor después de los otros seis hermanos, crece respirando, con el aire de las granjas, la de fe y sacrificio, con el rezo del Rosario todos juntos en la tarde y la confianza en la Providencia siempre. En 1945 muere mamá María con solo 38 años, y María Rosa, privada de ella a los dos años, es confiada a la abuela paterna Faustina. En 1949 el padre se vuelve a casar, nacen otros dos hermanos, y María Rosa todavía pequeña, en los años de las escuelas primarias, en las horas libres se ocupa de ellos, ya que la madre, débil de salud está a menudo enferma.
A los siete años se trasladó con su familia a Cavernago y, terminada la escuela primaria, comenzó a trabajar en una fábrica de mangos de paraguas en Telgate. Crece, es una adolescente buena, disponible, querida por todos. A los diecisiete años regresa a Palosco, Torre de’ Passeri, se enamora de un joven, pero se pregunta también cuál es realmente el proyecto de Dios sobre ella. En búsqueda, vive una experiencia de trabajo en Varese, en un hospital psiquiátrico donde trabajan las Hermanas de los Pobres y, entre aquellos pacientes a menudo graves, imágenes vivientes de Cristo en la cruz, decide entregarle totalmente su vida.
En 1966 entra en la familia de las Hermanas de los Pobres, en la toma de habito, recibe el nombre de Hermana Vitarosa, en 1969 emite la Primera Profesión religiosa. Siempre alegre, incansable, frecuenta la Escuela para enfermeras profesionales y se especializa en geriatría; desarrolla su servicio en Milán Palazzolo, luego en la Casa de reposo en Torre Boldone (BG) y de nuevo en Varese entre los enfermos psíquicos. Siempre está disponible, gracias a la experiencia vivida en familia, y también por una especial sintonía con el Fundador: “Si les dicen que deben cantar, canten… Si no cállense …”.
En 1980, por tercera vez, pide ser enviada en misión, supera todos los obstáculos, incluida la dificultad de la lengua, y finalmente en octubre de 1982 llega a Kikwit, en el Congo. Desconcertada por las pobrezas y los sufrimientos que encuentra, se dedica a los niños desnutridos y a los más necesitados entre los que sufren la miseria más degradante.
Escribe a los familiares, involucrándolos, contando las situaciones de gran pobreza y el drama de quien vive cada día en las privaciones también de lo que es más necesario. En 1991, afectada por la isquemia, regresa a Italia, pero recuperándose quiere volver a empezar: permanecerá en Kingasani, uno de los barrios más pobres y poblados de Kinshasa. En un cuadro social preocupante, con terrible crisis económica y política, saqueos y asesinatos, trabaja incansablemente, tiene corazón para todos, sobre todo enfermos y desnutridos.
El 25 de abril de 1995 muere Hermana Floralba, y después de ella numerosos hermanos africanos, y las otras tres Hermanas. Hermana Vitarosa no logra resistir: siente que debe partir y, obtenido el permiso, con una maleta llena de medicinas, parte cantando: “Si Jesucristo te llama, acepta servirlo con todo el corazón”.
Se prodiga sin escatimar para las hermanas contagiadas al lado de Hermana Annelvira, la Superiora Provincial; contagiada ella también, va en aislamiento y, después de la muerte de Hermana Annelvira, sola, en la casita del holocausto, con la conciencia por la cual dice claramente “Ahora me toca a mí” muere el 28 de mayo de 1995.