Primogénita entre ocho hermanos, nace en Pedrengo (BG) en 1924 y en el Bautismo recibe el nombre de Rosina. En la familia respira los valores que viven los padres: laboriosidad y sobriedad, sacrificio y compartir, oración que marca el ritmo de las jornadas, a partir de la misa matutina a las 5.30.
Son los tiempos difíciles en vísperas de la Segunda Guerra Mundial; Rosina ve bien las necesidades de la numerosa familia y a los 15 años encuentra un trabajo en la fábrica. Pero la muerte repentina de su madre, de solo 41 años, dando a luz a la pequeña María, la lleva a hacerse cargo de la casa, de la hermanita y de los seis hermanos.
Es en este contexto que nace y crece en ella el deseo de dar totalmente su vida al Señor, aunque será necesario un tiempo de espera. Pasando el padre a segundas nupcias, con el beneplácito de la segunda madre, Rosina a los 19 años deja su casa y, aconsejada por su párroco, llega a la Congregación de las Hermanas de María Niña en Bérgamo en vía S. Bernardino. Pero su sueño es diferente y se realiza a través de un sonido de campanas: el de las vecinas Hermanas de los Pobres, que después de poco tiempo se convierten en su familia.
En octubre de 1948 Rosina, con el nombre de hermana Floralba, emite los votos de castidad, pobreza y obediencia, consagrándose totalmente a Dios; es enviada a Brescia, obtiene el diploma de enfermera profesional, y en 1952 ve realizarse su mayor sueño: será misionera en el Congo, entre las cinco primeras hermanas enviadas en las misiones de África.
Desconcertante el primer impacto “a la vista de esos pobres enfermos… en condiciones verdaderamente miserables… tumbados sobre pobres esteras… en tres casas de ladrillo…”. Pero siempre incansable su donación, desde la oración temprano por la mañana hasta la de la tarde, cuando ella se detiene en la capilla, después de un día lleno de gestos concretos de amor a los muchos, muchos, enfermos y sufrientes de todo tipo, que encuentra.
Así en Kikwit durante 25 años; luego en Kingasani, entre una multitud de pobres, donde ella todo se atreve, hasta interpelar al presidente Mobutu para que cubra las necesidades más urgentes del hospital. Y luego en el complejo médico de Mosango, con atención especial a los niños tuberculosos y diabéticos, pasando de pabellón en pabellón y dando a cada enfermo una sonrisa, una palabra de consuelo y aliento.
En 1993 hermana Floralba vuelve de nuevo a Kikwit; aún más rica en experiencia, amor y sabiduría, se propone “testimoniar la bondad y el amor misericordioso del Padre… con el deseo de ser… más buena, de
buscar solo al Señor en todo”. Dedicada como siempre a su misión de enfermera, miembro del equipo quirúrgico que con intervención quirúrgica el 12 de abril intenta socorrer al enfermo grave, inconscientemente afectado por el ébola, está infectada y muere el 25 de abril de 1995.
Una vida plenamente realizada: ¡durante muchos años, todos los días ha ofrecido flores nuevas al Señor, sembrando entre los hermanos su amor misericordioso!