Hay también algo más en este mundo,
en este tiempo,
en esta vida de vigilia.
Dios no se retrasa en el último día, sino que viene ya: existe un futuro y existe un presente, un futuro que es una plenitud y una riqueza de esperanza, y un presente que posee ya una belleza, una plenitud, una felicidad única.
Pues bien, estos encuentros, estos momentos de felicidad o de facilidad son momentos de Dios; allí donde hay belleza, riqueza, dulzura, bienaventuranza, tranquilidad, sentido de vida, verdadera claridad, allí hay presencia de Dios, porque Dios es todo eso.
Debemos administrar bien esos momentos, del mismo modo que el viajante que caminara de noche y lamentara la oscuridad bendeciría la centella de un relámpago.
Es un momento, pero a ese momento se le ha dado la certeza que da la luz, la certeza de que el camino por el que va es el bueno, de que no camina en vano.
Así es la economía de Dios: el Señor concede relámpagos, resplandores, fulgores que orientan el corazón y le dan una advertencia y una orientación: es el toque de Dios, el digitus Dei, que nos indica cómo debemos caminar.
Y, después, Dios vuelve a estar casi ausente, desaparece y calla.
Este Amigo vigilante deja de hablar; está presente y calla. No importa.
Si Tiernos gozado bien de los buenos momentos, no debemos temer a los oscuros, pues no son peligrosos. No serán momentos de plenitud, sino de deseo, de fidelidad, de amor no afectivo, sino efectivo; serán los documentos que prueban que deseamos amar al Señor, aunque no nos dé sus dones.
Le queremos a él, no sus dones. En un cielo que no tiene nombre, en una ebriedad que no tiene confines, en una luz que no tiene parangón posible, el último don es él mismo.
(G. B. Montini, Meditazioni, Roma 1994, pp. 131-134, passim).
Buen camino de Adviento
